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Subimos al velero, dejando detrás un paisaje de domingo en el parque. Familiar y alegre, distendido, amable. Los muchachos empujaron la barcaza para desencallar y zarpamos.
Gotitas, chiquitas, empezaron a caer. La tranquilidad sin embargo y el buen humor de unas largas vacaciones no tenían ni la intención de fugarse.
Miraba el paisaje infernal que poco a poco desaparecía entre la nube cada vez más cercana. El agua, hasta entonces casi inmóvil, mecía el velero aportando a la diversión y aventura de la situación.
Las velas se inflaron y seguí las órdenes del circunstancial pero amabilísimo capitán. Sacá, corré, bajá, creo que jamás cumplí órdenes con tal alegría. Me movía y equilibraba flotando en el barquito. Reconocí fácilmente los titubeos del agua que formaba ya olas pequeñas pero inquietantes. La charla era amena, entre la realidad política latinoamericana y el vertiginoso aumento del tránsito en las grandes ciudades.
Las gotas crecían y las piedras no tardaron en llegar. Empapado me deslizaba de lado a lado evitando un velazo en la cabeza o resbalar por algún charco de la cubierta.
A medio kilómetro un islote, con algunos árboles y pájaros refugiados, que desapareció rápidamente en la nube de la que ya éramos parte.
El viento creció y las olas fuera de escala hacían del velero un tentempié. El agua tapó de a poco mis sentidos. El capitán tomaba el timón con fuerza y relataba los pasos a seguir con voz de mando. Fui a la proa sosteniendo cuerdas y bajando la segunda vela con movimientos indecisos y temblorosos, temiendo caer. Con el objetivo cumplido el barco retomó el equilibrio y emprendimos rumbo al muelle que divisamos entre la humareda del vapor.
El granizo cesó, la tormenta quedó atrás. Salté a la plataforma y atraje el bote con energía. El capitán lo ató y caminamos en busca de refugio. Un techo de lona nos cubrió de la ahora llovizna que caía a la entrada de la ciudad.
Recuperé de a poco el equilibrio en tierra firme, aliviando mi cuerpo, despojado de esfuerzo alguno. Salimos de la marina, brindamos con cerveija fresca y subimos al ómnibus que nos llevaría de vuelta a la selva.